Esto sucede ante la debilidad del bipartidismo por lo que tanto ha trabajado la generación de los iluminados, aquí en España. Los “treintañeros” que un buen día vinieron -de la mano de medios de comunicación comprados- a "regenerar" la Democracia y a llamar despectivamente a un gran acontemimiento histórico: el "régimen de la Transición". Como el tiempo ha demostrado, fracasaron. Pablo Casado, igual que Albert Ribera, e incluso Pablo Iglesias, son hoy historia en la política activa española. Y los remanentes que dejaron tras su “espantá”, Inés Arrimadas, Irene Montero, Ione Belarra, etc, mejor que se hubieran marchado con ellos. En lo que se refiere a Alberto Garzón, líder de IU, tampoco supo estar a la altura de su partido y lo vendió a UP. Por suerte, parece que Yolanda Díaz (50 años) ha cogido el testigo con más solidez y preparación, dado su historial militante sindicalista.
A día de hoy, Pedro Sánchez (50 años) es el único referente, de los cuatro del apocalipsis presidenciables, que sigue en pié. Quizá porque no pertenece, ni por edad ni por trayectoria, a la generación de los “adanistas regeneradores” que no creyeron en la importancia de la cantera de los partidos políticos centenarios basados en la lucha de clases y por los ideales. Sánchez les saca casi diez años a estos tres ambiciosos delfines que vinieron de la nada y acabaron en la nada, arreglando rotos y descosidos. Sánchez ha gobernado, estos casi cuatro años, con un Ejecutivo sólido y preparado que le ha permitido ganarse el respeto en Europa. Nos ha vuelto a situar en el mapa de la Unión Europea. Pisando fuerte.
Pero a Sánchez, que ha demostrado madera de estadista y superación constante, aún le queda una sola cosa en común con ellos, sigue creyendo -como así lo demostró con su cambio drástico de Ejecutivo- que hay que rejuvenecer a los dirigentes de los partidos e instituciones, a costa de lo que sea. Ninguno de sus actuales asesores, -en un marco con poca filosofía humanista y mucha tecnocracia- le ha hablado del “eterno retorno de lo mismo” (Nietzsche, en Así habló Zaratustra). O lo que es lo mismo, “todas las situaciones pasadas, presentes y futuras se repetirán eternamente”. Y por eso, como dijo el insigne veterano periodista, Luis María Ansón, “nunca entenderé por qué cambió un transatlántico (Carmen Calvo) por una piragua (Irene Montero). Si, señora Montero, haría un gran favor a España, a las mujeres y a la infancia en general, abandonando ese adanismo, basado en la plena ignorancia, que profesa, mediante el cual nada estaba inventado hasta que usted, y su séquito de pseudofeministas, llegaron a los salones del Ministerio de Igualdad, cual Paco Martínez Soria aterrizaba desde el pueblo, en un Madrid donde todo le asombraba. Lo que ya no resulta cómico, señora, es el daño que sus propuestas aberraciones jurídicas (parte del enunciado de la propuesta Ley Tans) pueden llegar a ejercer en la tierna infancia, sumiéndola en un mar de confusiones dañinas y sin punto de retorno.
Lo bueno de todo, al menos, es que esta señora está ahí, en Igualdad, porque los socialistas han tenido que aprender a marchas forzadas a pactar para formar gobiernos de coalición. Incluso cuando el coste es tan terrible, como el que acabamos de mencionar. Lo malo, desde el punto de vista de una gran parte de la militancia tradicional socialista, es la obsesión del jefe del Ejecutivo y sus asesores de Moncloa, por rejuvenecer a los mandos del Ejecutivo lo cual es un craso error . El socialismo, en España, se mantiene, igual que en Portugal o Alemania porque lo soportan las bases sólidas con militancias de varias decenas de años. Ese es el tesoro que no puede perder el Psoe. De padres a hijos, de familia en familia. Eso por un lado, y por el otro, los gobiernos socialistas -de coalición- se mantienen en estos países y otros, porque han aprendido a negociar frente al auge de la ultra derecha. Una asignatura pendiente que pocos de nuestros políticos han superado. Especialmente los del Partido Popular, que hoy gobierna de la mano de Vox en Castilla y León. Por eso, por su trayectoria europea, le corresponde ahora al Partido Socialista dar la clave y el ejemplo a seguir. En este sentido, tenemos la suerte en España de tener aún la leyenda viva de Felipe González -con sus luces y sus sombras- un histórico de la construcción del bienestar social en la Europa socialdemócrata de las post guerras, donde Mitterrand, Willy Brand, Olof Palme, Helmut Smith, sus referentes y maestros ideológicos, tanto lucharon por construir esta Europa de la redistribución de la riqueza, de la igualdad y de los derechos sociales. González aboga por aprender a negociar entre los grandes partidos y cerrar las puertas a la extrema derecha. En gran parte tiene razón.
La memoria es otro punto frágil en estos tiempos que vivimos tan vertiginosos y llenos de incertidumbres. Pero no está de más recordar con un poco de lucidez analítica los acontecimientos y su cronología, al menos de los últimos tres años, donde ha habido en España una moción de censura, dos elecciones generales, tres cambios de Gobierno y varias elecciones regionales y locales con resultados muy atomizados. Donde, con Pablo Casado, Teodoro García Egea, Cayetana Álvarez de Toledo, Antonio González Terol, en la cúpula de un partido post Mariano Rajoy, conviertieron al PP en una caricatura grotesca de la crispación, la ofensa y el insulto permanente, instalados en el no a todo, muy alejado de la familia europea del conservadurismo democratacristiano que representan Angela Merkel o la presidenta de la Comisión Úrsula Von der Leyen, entre otros. El PP alineado con la extrema derecha en un acoso irresistible contra Sánchez y el Psoe, ha hecho casi imposible que los socialistas pudieran pactar nada, ni siquiera durante la dura pandemia, cuando se trataba de pactar el Estado de Alarma, para salvar vidas, mucho menos cualquier otra situación electoral o pactos de gobierno.
Cuando ganó sus primeras elecciones Pedro Sánchez (abril 2019) pidió tanto a PP como a CS, que si tan mal veían el apoyo de Podemos y los partidos regionalistas, incluido el independentista catalán, ERC, se abstuvieran y dejaran al Psoe gobernar en minoría. No sólo no lo hicieron, sino que los advenedizos, Iglesias y Ribera, se vetaron entre ellos, y junto con el PP, todos votaron en contra del Psoe, a sabiendas de que ninguno de ellos tenía opción alguna de formar otro Gobierno alternativo. A los pocos meses, en los comicios regionales del 4M-2019 en Madrid, Isabel Díaz Ayuso confrontaba con el socialista Ángel Gabilondo pidiéndole “graciosamente” que si ganaba ella las elecciones apoyara al PP y viceversa. El Psoe ganó con 37 escaños frente a 30 y una diferencia de casi doscientos mil votos, y fue precisamente Ayuso la que no dejo gobernar al más votado y ganador. Incorporó a Ignacio Aguado de Cs, cuyos jefes, Ribera y Arrimadas, por entonces ya estaban obsesionados por vetar en todas las regiones al Psoe, aunque fuera ganador. Con el paso del tiempo, pasó lo que pasó. Que a la mínima de cambio, Ayuso les dio una patada y les mandó por donde habían venido… ¡a la nada!. Lo mismo que hizo el PP en Castilla León recientemente, en Murcia y que hará, con total certeza en Andalucía. Con la diferencia que ahora, la debacle de Cs ha dado lugar al auge del competidor del PP, la extrema derecha, que le viene pisando los talones. La falta de experiencia política de Ribera, para respetar los resultados electorales y apoyar en cada caso al ganador, y su obsesión por perjudicar a Pedro Sánchez y el Psoe a toda costa, le ha llevado a donde ahora está: un partido totalmente destruido y un futuro profesional suyo totalmente incierto. La condición humana, él, que se veía ya pisando la moqueta de La Moncloa, despedido y en la calle buscando la reputación perdida que algún día pareció tener.
Cómo es posible que tanto PP como Psoe lleven décadas intentando crear un compromiso, vinculado a la Ley Electoral, para que tras los resultados electorales, si el contrario no tiene opciones para formar gobierno, ¿se abstenga y deje hacerlo al más votado? Parece lógico, y sin embargo, aunque es el Partido Popular el que más veces lo ha pedido cuando gana, también es el primero en no respetarlo cuando pierde. Lo cierto es que el pacto nunca se firmó. Y finalmente, estas tres últimas legislaturas, con sus dos repeticiones electorales, han supuesto, en mi opinión, un guantazo en la cara a los votantes, a los que se les dice literalmente que “se han equivocado” y por tanto tienen que volver a votar… at infinitum. Sólo por la incapacidad de los dirigentes de pactar y formar coaliciones. Debería de esta prohibida la repetición electoral. Objetivamente, es una tomadura de pelo a los votantes. Lo que nos jugamos como país ahora mismo, con el auge de la extrema derecha y la entrada de la misma en los gobiernos es, nada mas y nada menos, que la pureza de la democracia. En nuestras manos está exigir a los dirigentes políticos que aprendan de las democracias europeas y pacten para hacerle un cordón sanitario a la extrema derecha.